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Este relato es nuestra participación en el concurso de relatos de Sant Jordi Roses per Sant Jordi organizado por los distribuidores de rosas para Sant Jordi, rosessantjordi.com.
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AQUEL MALDITO 23 DE ABRIL

Aquel 23 de abril, Sant Jordi naufragaba en un mar de dudas. Blancanieves, siempre aventurera y harta de la monotonía, había hecho pública su relación con la bruja de Hansel y Gretel. Dicha hechicera, en una exclusiva a una famosa revista del corazón, se declaraba vegetariana y a favor del libre albedrío de los personajes de los cuentos de hadas.
La rebelión se inició de inmediato: princesas divorciadas, lobos vegetarianos, príncipes acosados, madrastras que abrían su propia consulta de Tarot, hormigas que se declaraban en huelga y cigarras trabajadoras, bellas durmientes insomnes, gatos sin botas... ¡Aquello era un caos!.
El colmo de su desdicha fue cuando se enteró que su dragón aceptaba la propuesta de matrimonio del Monstruo del Lago Ness y se disponía a marchar de inmediato a Escocia. ¡Que iba a ser de él entonces!.
Sin princesa ni dragón, su única opción era buscar un trabajo que le permitiera ganarse la vida en aquel mundo de locos. Una idea le vino a la mente como un rayo: tal vez hubiese algún puesto vacante en una parada de rosas. Y sin dudarlo, con su brillante armadura, se echo a andar Paseo de Gracia abajo.


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VIAJE DE IDA SIN VUELTA

 


 

Este jueves es Mag en La Trastienda del Pecado quien nos insta a escribir.

Y lo hace de algo que, aunque no muy ético, casi todos hacemos en algun 
momento de nuestra vida:

la  mentira






En medio del bullicio del aeropuerto, Paula se movía erráticamente con una mirada casi perdida. Tenía que encontrar su terminal, era tarde. Faltaba poco para el embarque, así que debía darse prisa. Carlos la había entretenido al ir a despedirla. Ella aguantó con aplomo la tensa situación.

- ¿Estas segura,cuca? – ella odiaba aquel apelativo cariñoso con el que la trataba de vez en cuando.

-  Si, es lo mejor. No vuelvas a preguntármelo. Esto no es fácil para mi

El alzó los hombros y no dijo nada más. Le dio un beso en los labios que ella intento esquivar.

-    Nos vemos a la vuelta. Mucha suerte.

Ella asintió y se marcho sin girar la cabeza. No quería que él la viera llorar. Esperaba no tener que volver a verle. Había sido una decisión muy dura, pero ya estaba tomada. No sabía a cuento de qué venía aquel “estar segura”. ¡Vaya hipocresía! Era él quien insistió en aquella solución.

A sus padres no le costó convencerles: iba a Leiden, un pueblecito universitario de Ámsterdam, para un monográfico sobre el autismo. Ella se preparaba para las oposiciones de pedagoga y aquello le iría muy bien. Era un poco caro, pero le daban una beca y solo pagaba el viaje y el hotel. Incluso se emocionaron, porque “su niña iba a estudiar al extranjero”. ¡Que poco sabían ellos!

Esa fue la primera mentira. La de sus padres. Le temblaba la voz. Ellos creyeron que eran los nervios. Paula no podía mirarlos.

La siguiente no le costó tanto. Carlos se portó como un cobarde. Le dijo que él no quería meterse, que era una cosa de ella y lo tenía que decidir “libremente”. Ella le dijo que tenía mucha razón.

Por segunda vez, volvió a mentir. Le dio la razón a Carlos y ella tomo la decisión. Pero esta vez, no sufrió. A Carlos solo le importaba Carlos. No habría un mañana con él. No se dio cuenta a tiempo, pero más valía tarde que nunca.

La última mentira era la peor, la más cruel porque era ella quien debía creérsela. “Es lo mejor para todos, sobre todo para mí”, se iba diciendo mientras avanzaba hacia el avión, se acariciaba el vientre suavemente y musitaba “lo siento, David”

   




SEÑORA DE FEROZ

  Esta semana Neogéminis nos propone el siguiente desafío: dejarnos llevar por la improvisación y lanazar al viento las ideas con las que, con pericia, esperamos poder componer nuestro relato 




Y como me gusta mucho contar cuentos y estos han sido siempre un autentico metodo de improvisacion para muchas madres  (yo, una de ellas), aquí os dejo una version de caperucita que un día se me ocurrió








Caperucita Roja, sentada cerca de la chimenea, leía absorta aquel volumen amarillento y desvencijado. Había encontrado el libro en la biblioteca de la gran ciudad, escondido entre los cuentos y las enciclopedias. Su título le pareció bastante atrayente: Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas.   

A ella le pareció una revelación milagrosa. No andaba muy optimista y, a decir verdad, pensó que quizás en él podría encontrar alguna solución a sus problemas conyugales.

Era temprano. El reloj del comedor, un regalo de boda de Cenicienta y el Príncipe Azul, marcaba las once. Todavía le quedaba una hora sólo para ella. A las doce en punto, los pequeños vendrían de la escuela con un hambre feroz.

Seguía leyendo cuando, de repente, su marido entró en la casa provocando un gran estruendo.

- ¿Dónde está el hacha, mujer? ¡No la encuentro en nuestro cobertizo! – dijo con su fuerte y ronca voz.

- ¿Cómo quieres que lo sepa, bobo? ¡Si no dejas entrar a nadie ahí! Tienes ese lugar cerrado a cal y canto. ¡Yo ni asomarme! Cualquier día te veo mudándote a vivir a ese lúgubre trastero.

- ¡Qué animal eres K.! ¿De donde sacas esas horrendas ideas?

Caperucita, o K. como la llamaba cariñosamente su esposo, alzo los hombros y emitió un suave bufido

- ¡De tus extrañas acciones, maridito! ¿Dónde has pasado las tres últimas noches, amor? Prefiero pensar que en ese cuartucho polvoriento al que cuidas con tanto esmero- respondió Caperucita con cierto retintín.

- No se puede hablar contigo esposa. Todo son reproches-

Y antes que ella pudiera decir algo más, él salió de la casa hecho una furia y dando un brutal portazo.

Caperucita, sonrió con amargura: había oído que su marido tonteaba con jovencitos. Que si los tres cerditos ahora, que si siete cabritillos después.

Suspiro. Mama le advirtió, de niña, del peligro de los desconocidos en el bosque. Y ella … ¡cayo en las redes del más villano de ellos!

Porque ¿Quién le mandaría a ella fugarse con el lobo? ¡Si se comió a la abuelita! Pero ella, entonces, jovencita y rebelde, no se percató. El lobo parecía un extraño tan atractivo y misterioso que no se lo pensó dos veces y huyo con él.

De pronto, unos grititos y carreras que provenían de fuera de la casa, la sobresaltaron. Lo había olvidado. Llegaban los niños y era la hora de comer.

La Sra. De Feroz, con renovada alegría, se dirigió a la puerta canturreando, dispuesta a dar un gran abrazo a sus cinco lobitos.




EL DIA QUE ME VOLVI LOCA

Esta semana, Dorotea nos propone escribir sobre la gratitud  para nuestro relato del jueves.

En un planeta en el cuál, cada vez cuesta más oir la palabra gracias yo encontré un mundo extraño al cual debo gran parte de mi presente. 




dibujo " The New York Times"

No sé con exactitud como sucedió pero, un dia mi mundo se vino abajo. Empecé a llorar a todas horas y solo quería dormir. Y, si era posible, no despertarme. Mi familia estaba desesperada. Ignoraban cómo ayudarme. Ante la insistencia, fui al médico de cabecera. Éste, me remitió a un psiquiatra, aquel que las malas lenguas llaman un  loquero. Después de una entrevista, aquel hombre aconsejó mi ingreso en un psiquiátrico. Lo miré estupefacta y noté que temblaba: tenía miedo.  En mi cabeza se sucedieron una avalancha de horribles imágenes de películas ¿Habéis visto alguien voló sobre el nido del cuco? Pues suma y sigue. 

Al atravesar la puerta semiopaca, contemplé un largo pasillo blancuzco con puertas a ambos lados. Pensé en aquello de ver la luz al final del túnel, pero la tetricidad del lugar no daba crédito al dicho.

Una chica con bata aséptica  me sonrió y dijo algo de lo que sólo comprendí la palabra “registro”. Me pidió, también, la bufanda y el cinturón.

Luego un celador me mostró mi habitación. Había dos camas. Ahí volví a sentir terror. ¿Cómo sería mi compañera de cuarto? Lo supe al momento. De golpe, entró una chica delgadísima, muy maquillada. Su ropa era una algarabía de colores No supe que pensar cuando se abalanzo sobre mí, me dio dos sonoros besos en las mejillas y casi gritó su nombre: Paloma.

Me arrastró de la mano e hizo un rápido tour por el hospital. Éste es el comedor, allí la sala de la tele, recuerda tu taquilla… Paloma no cesaba de hablar y presentarme personas. Eran pacientes, por supuesto; otros locos como yo pensé. Iba diciendo sus nombres, uno por uno, pero me era imposible recordarlos todos. Cada cual respondía a su manera: me daba la mano, dos besos, un abrazo o, simplemente, me contemplaba con mirada ausente . Algunos solo lloraban o parecían recién salidos de un telefilm de zombis, por su forma de moverse.

Por fin llegamos al patio. Era bastante grande  y con muros muy altos. Pero se veía el cielo . Suspiré. Paloma se acercó todavía más y me susurró que, al día siguiente, podíamos ir a ponerle nombre a las nubes pero que, en aquel momento, tocaba ir a cenar. La miré fijamente. Vi unos ojos alegres y una sonrisa franca. Y, entonces, sonreí.

No recuerdo bien cuantas semanas pasé allí dentro. Me parecieron una eternidad. Entablé relaciones con muchas y muy diferentes personas: unas estaban más lúcidas, otras menos. Hubo días increibles y otros nefastos. También tuve suerte con mi psiquiatra y mi psicólogo. Eran buenos profesionales y conectar con ellos me costó poco. Conté estrellas, pinté mándalas, bailé, hablé, miré las nubes en el patio Un día  dejé de llorar todo el tiempo y tuve ganas de salir a vivir de nuevo. Me dijeron que no tardaría en regresar a casa. Paloma y yo lloramos mientras nos abrazábamos. 

Gracias a todo ese mundo extraño, diferente y temido por muchos, pude integrarme de nuevo en lo que llamamos realidad. Esa donde el maltrato, la vejación, el robo o la agresión están a la orden del día.

Un mundo ajeno y distinto. Un mundo donde aprendí a ponerle nombre a las nubes. Gracias a ese mundo, recuperé la cordura.





TRAZOS DE UN PASADO, RECUERDOS PRESENTES

Esta semana Moli del Canyer nos invita a jugar con el tiempo en nuestro relato del jueves.
Rebuscando en el cerebro aparecen nuestros recuerdos











Aquel agosto, mis padres no podían permitirse el lujo de unas vacaciones. Mi tío le ofreció a su hermana que me dejara ir a pasar, con su familia, un par de semanas a la playa. Recuerdo que reaccioné con euforia, dando saltos y grititos alrededor de su gran figura. Menudo plan más alucinante: ¡cine, helados, playa, feria, …!   

Mi tío Samuel ha sido siempre un hombre reservado. Parco en palabras y más bien de escasos gestos cariñosos. Pero, nada de eso significaba que no quisiese a los suyos con todo su ser. Él era así.

Pero, entonces, algo muy importante me vino a la cabeza. Dos de mis incisivos estaban muy cercanos a caer. ¿Como sabría el ratoncito Pérez donde iba a estar yo? Mi recién estrenada felicidad se quebró totalmente. Con el semblante serio y casi al borde del llanto, le expliqué la repentina aflicción a mi tío. Todos nuestros increíbles planes se venían abajo.

Mis recuerdos de infancia están muy ligados a su figura. Yo pasé muchos y muy buenos ratos con su familia, mi tía Angustias y mi prima Soledad. Solían llevarme de vacaciones a la playa con ellos, casi todos los veranos. También coincidíamos las dos familias, la suya y la nuestra, en la casa de campo que tenía mi abuela materna. Allí montábamos excursiones, nos bañábamos o hacíamos barbacoas. Mi tío era un hombre grande y fornido, a mí me parecía el que más. A mi prima y a mí, nos daba volteretas y piruetas en el aire. Nosotras siempre le pedíamos repetir.

Sin mediar palabra salió al patio de la casa de la abuela, donde estaba su pequeño banco de trabajo. Allí cogió una sierra y un trozo de madera de fino grosor. Apenas cinco minutos más tarde, tenía entre sus manazas una pequeña puerta donde rotuló "Sr. Pérez". Me miró y solo dijo "arreglado, ¿verdad?". Yo, asentí al tiempo que cogía con delicadeza la mágica puertecilla. 

Adoraba a mi abuela, estaba enamorado de su esposa, quería mucho a su hija, defendía a mi madre y se reía con mi padre. De eso quiero acordarme yo.             
Era de pocas palabras y de muy justas caricias, Pero tenía un corazón grande. Tan enorme, como lo fue él para mí en mi niñez. En nombre de todos los que te queremos, vivirás para siempre en nuestro recuerdo querido tío Samuel.

 


¿Y SI FUESEN CEREZAS ?


 

Mag nos insta, para el relato de este jueves,  a un interesante juego literario e histórico a la vez.

La idea me parece muy original, aunque no exhenta de dificultad . Vamos, pues, a intentar satisfacer

su propuesta.





Al abrir los ojos, me vi rodeada de una frondosa vegetación. De esta crecían las más hermosas flores. Se alzaban grandes árboles frutales, algunos conocidos por mí y otros tan exóticos, que  me resultaban extraños y sorprendentes. Todo era belleza en aquel vergel. El rumor del agua cercana y el canto de un millar de aves invitaban a dejarse llevar, disfrutando de aquel oasis virginal. Parecía  inhabitado . Fue, al mirar con más detenimiento hacia un pequeño claro, cuando reparé en ella. Era una mujer rubia, tenía la piel muy clara. Al verla al lado de un árbol, pensé que no era muy alta. Estaba casi desnuda: solo unas hojas de parra cubrían parte de los senos y el sexo. Parecía interesada en algo cercano a ella. Creí escuchar un siseo que provenía de un manzano. Me acerqué con suma delicadeza y le pregunté qué estaba haciendo. Se fijó en mí. Por un momento, pensé haberla sorprendido o asustado. Pero no,  pronto desvió su vista de mi persona y volvió a centrarla en el árbol parlante. Entonces, vi cuál era el objeto de su interés. Alrededor del tronco de madera se aferraba una serpiente, con dos cuernecillos en su pequeña cabeza, que parecia intentar convencer a Eva para que comiese una hermosa manzana fuji espectacular  ¡Quién me lo hubiera dicho! ¡ Yo, en el Eden, a segundos de cometerse el pecado original!. Un privilegio espacio-temporal.
Me di cuenta de la verdadera situación: Eva daría a comer la manzana a Adán y serían expulsados del Paraiso Terrenal. ¿Yo me encontraba allí, podía evitarlo! Un pensamiento fugaz cruzó por mi cabeza. ¿ Y si no fuese "ganar el pan con el sudor de tu frente" o "parir con dolor"?. No reflexioné mucho más. Agarré el fruto de la tentación de la mano de Eva. Lo lancé, con todas mis fuerzas, lo más lejos que pude. Luego, fue el turno de la serpiente. Con superlativo reparo, y mucha rapidez, la enganché por lo que parecía su cuello y la arranqué del frutal. Hice que siguiera la misma trayectoria que la dichosa manzana. No se oyó ninguna voz atronadora en el firmamento. Solo silencio. Tras este impas, los pajarillos siguieron  con sus cantos.
Eva, aquel día, ofreció a Adan unas cerezas picotas granatosas y suculentas. Este se sintió un hombre feliz y yació con su mujer.
El resto, ciencia ficción. Vivimos en un mundo donde el alimento está al alcance de todos, no hay guerras ni luchas entre hermanos y el ocio es nuestra tarea diaria. Todo, gracias a unas cerezas.




CON OTROS OJOS

Esta semana nos convoca DOROTEA para el relato juevero, con el tema 

ojos que nos ven 

Soy asidua lectora, pero hoy me atrevo a publicar. Es mi "primera vez" así que, sed benévolos. 




Como cada mañana, al poco de despertarme y tras comprobar que todo el grupo está bien, me acerco a esa pared transparente que me separa de ti. Me gusta observar lo que va sucediendo fuera. Aquí, a pesar del “hábitat” adecuado a nuestra especie, no hay muchas cosas que hacer. Soy bastante viejo, las canas de mi dorso lo muestran, y ya no me atrae corretear con los más jóvenes o perseguir hembras en celo. A veces, tengo que imponer orden: bastan dos gruñidos estridentes o unos golpes sonoros en el pecho para bajar los humos a los aspirantes al mando. Pero, me cansa batallar en una tierra extraña, en un mundo verde de mentira. Ya no siento que esté defendiendo nada, nada es mío. Mirar a través de un vidrio es, pues, mi única y real ocupación.                                                                                                     

Durante las primeras horas del día, veo el ir y venir de gente con cestas llenas de vegetales que distribuyen por nuestra área. Por aquí, todos somos herbívoros. Nada de insectos. Los colores y olores inundan el pabellón y, por un momento, si cierro los ojos, me viene a la mente el olor a tierra mojada. Es divertido verlos andar erguidos, sobre sus dos patas, y me admira su agilidad para moverse así. Siempre son los mismos, y siempre tienen prisa y eso que, el tiempo aquí parece una eternidad. Cubren su cuerpo con pieles de colores semejantes, como si no quisieran ser reconocidos. Pero, yo los huelo y se, a la perfección, quien es cada uno de ellos. No pueden engañarme.

Luego hay una especie de calma momentánea y, de nuevo, llega el bullicio. Ahora son muchos más los humanos que pasean por la zona y, la mayoría, tienen una estatura pequeña, hablan más fuerte y corren de aquí para allá de forma alborotada. Creo que son crías todavía. Llenan el aire de voces y ruidos: parecen pasarlo bien. Y es entonces, al acercarse ellos a mí, cuando me sorprendo gratamente: sus pequeños ojos miran, con enorme curiosidad. No todo está perdido: ellos también saben parar y observar