Mag nos insta, para el relato de este jueves, a un interesante juego literario e histórico a la vez.
La idea me parece muy original, aunque no exhenta de dificultad . Vamos, pues, a intentar satisfacer
su propuesta.
Mag nos insta, para el relato de este jueves, a un interesante juego literario e histórico a la vez.
La idea me parece muy original, aunque no exhenta de dificultad . Vamos, pues, a intentar satisfacer
su propuesta.
Esta semana nos convoca DOROTEA para el relato juevero, con el tema
ojos que nos ven
Soy asidua lectora, pero hoy me atrevo a publicar. Es mi "primera vez" así que, sed benévolos.
Como
cada mañana, al poco de despertarme y tras comprobar que todo el grupo está bien,
me acerco a esa pared transparente que me separa de ti. Me gusta observar lo
que va sucediendo fuera. Aquí, a pesar del “hábitat” adecuado a nuestra
especie, no hay muchas cosas que hacer. Soy bastante viejo, las canas de mi
dorso lo muestran, y ya no me atrae corretear con los más jóvenes o perseguir
hembras en celo. A veces, tengo que imponer orden: bastan dos gruñidos
estridentes o unos golpes sonoros en el pecho para bajar los humos a los
aspirantes al mando. Pero, me cansa batallar en una tierra extraña, en un mundo
verde de mentira. Ya no siento que esté defendiendo
nada, nada es mío. Mirar a través de un vidrio es, pues, mi única y real
ocupación.
Durante
las primeras horas del día, veo el ir y venir de gente con cestas llenas de
vegetales que distribuyen por nuestra área. Por aquí, todos somos herbívoros.
Nada de insectos. Los colores y olores inundan el pabellón y, por un momento,
si cierro los ojos, me viene a la mente el olor a tierra mojada. Es divertido
verlos andar erguidos, sobre sus dos patas, y me admira su agilidad para
moverse así. Siempre son los mismos, y siempre tienen prisa y eso que, el
tiempo aquí parece una eternidad. Cubren su cuerpo con pieles de colores
semejantes, como si no quisieran ser reconocidos. Pero, yo los huelo y se, a la
perfección, quien es cada uno de ellos. No pueden engañarme.
Luego
hay una especie de calma momentánea y, de nuevo, llega el bullicio. Ahora son
muchos más los humanos que pasean por la zona y, la mayoría, tienen una
estatura pequeña, hablan más fuerte y corren de aquí para allá de forma alborotada.
Creo que son crías todavía. Llenan el aire de voces y ruidos: parecen pasarlo
bien. Y es entonces, al acercarse ellos a mí, cuando me sorprendo gratamente:
sus pequeños ojos miran, con enorme curiosidad. No todo está perdido: ellos
también saben parar y observar